8 de octubre de 2007
Por lo general nadie
enseña a los padres a educar a los
hijos. No hay escuelas para aprender a ser padres. Desde luego hay cursos de
cuidado del niño y quizá algunos seminarios sobre como educarlos, pero en general
cuando se entrega al recién nacido, prácticamente nadie le ha enseñado a los
padres que hacer con ellos. Por otra
parte dicen los expertos que la
formación del carácter, inteligencia y prácticamente la mayor parte de los
conocimientos se adquieren antes de los cinco años. Entonces, ¿de donde salen esas formas que se usan para
educar a los niños en casa en la etapa más importante del desarrollo del ser
humano? Surge de lo que se aprendió de los propios padres, replicando conductas y actitudes que les fueron
inculcadas.
Esto podría
parecer razonable. Después de todo, si se tuvo padres normales, ellos quisieron y desearon siempre lo mejor para sus
hijos por lo que sería muy probable que
lo que hicieron fue bueno. Sin embargo
ya Freud, descubrió que no todo funciona bien en la niñez. Su
descubrimiento del inconsciente nos revela que las personas atraviesan
por procesos muy dolorosos en la relación con sus padres y otras
personas con las que se interrelacionan en la niñez. Que algunos de estos sentimientos
dolorosos son reprimidos y guardados en el inconsciente y que luego salen a la
luz para ocasionar comportamientos que
en los casos graves llevan a algún tipo de locura y en los mejores casos, a neurosis.
Mas recientemente la psicoanalista suiza Alice Miller, a
través de varios libros publicados, ha ido mostrando una realidad mas
dura: la educación que dan los padres
está orientada a acabar con la voluntad del niño e imponer la propia. Dice Miller: “El que alguien trate mal a sus
hijos no depende tanto de su carácter o temperamento como del hecho de que él
mismo recibió malos tratos en su infancia y no le permitieron defenderse. Hay
muchísimas personas que.... son
cariñosas, tiernas y muy sensibles y sin embargo, infligen diariamente a sus
hijos una serie de crueldades que llaman educación.” Luego continúa, “quienquiera que haya sido padre o madre, y no
quiera engañarse a si mismo, sabrá por experiencia propia lo difícil que es
tolerar algunas facetas de su hijo” por lo que se desarrolla una lucha contra el
niño para quitarle esas características “desagradables” que no gustan al
adulto.
Dice también
que “en los primeros dos años se pueden hacer infinidad de cosas con un niño: doblegarlo,
disponer de él, enseñarle buenos hábitos, propinarle palizas y castigarlo- sin
que al educador le ocurra nada, sin que el niño se vengue…. Pero si no consigue
reaccionar a su manera, porque los padres no pueden soportar sus reacciones
(los gritos, la tristeza, la rabia) y se las prohíben mediante miradas y otras
medidas formativas, el niño aprenderá a enmudecer”; y ello “con
el tiempo puede causar graves trastornos psicológicos pues las neurosis no se
originan en hechos reales sino en la necesidad de reprimirlos”. Todo esto
ocurre en un ambiente donde la agresión de los padres hacia el niño se realiza
“por su propio bien” y en donde el niño no tiene posibilidad de defenderse de
sus padres porque depende totalmente de ellos, especialmente en sus primeros
años de vida, en donde los necesita no solo para la supervivencia física sino
también para la supervivencia afectiva pues el niño requiere de mucho apoyo y
seguridad para crecer sanamente.
Alice Miller ha documentado muchos casos acerca de la crueldad de la educación tradicional hacia el
niño. Habla por ejemplo de cómo Hitler
fue maltratado por su padre cuando era niño y
de cómo todo el odio acumulado salió después con consecuencias terribles
para la humanidad. La educación tradicional privilegia la obediencia por encima
de la espontaneidad del niño. Intenta acabar con su vitalidad para adaptarlo a
las necesidades del adulto y todo esto se logra además interiorizando en los niños el no darse
cuenta de lo que hacen los papás o educadores con ellos.
Hablando de uno de sus pacientes, Miller menciona que esta persona fue castigada por haber hecho
algo que no le gustó al padre; la persona no recordaba aquél hecho que le hacía
merecedor del castigo pero sí recordaba el castigo y lo mal que se había
sentido. Desde luego el padre lo había castigado para que no volviera a hacer
aquello que estaba “mal” pero realmente lo que perduró en su recuerdo fue la agresión, no el comportamiento que se pretendió corregir.
También el adulto en muchas ocasiones actúa en función
de sus propios miedos, deseos o frustraciones. El niño, por su incapacidad para
defenderse, se vuelve entonces en una víctima fácil para los padres o
educadores. Un padre, por ejemplo, puede tener un miedo excesivo a la suciedad
y entonces querrá que el niño siempre ande impecable, evitándole los juegos
propios de su edad que seguramente lo pondrían en contacto con tierra y lodo.
Es frecuente que los padres intenten que
sus hijos hagan lo que ellos fueron incapaces de hacer, sin ver si es algo que genuinamente desee el
niño o siquiera tenga habilidad para ello. Por ejemplo, someten a los niños
desde muy pequeños a disciplinas exageradas, como tocar un instrumento por
muchas horas, o realizar un deporte que no les deja tiempo a los niños para hacer
otras cosas. Así cuando crecen y ya
tienen la fuerza para enfrentarse a los padres, abandonan todo, habiendo
perdido una parte importante de su infancia y probablemente con un daño psicológico.
Normalmente se supone que los padres saben lo que es
bueno para los niños. Pero ese saber es aprendido de lo que los propios padres
decidieron que era bueno para ellos. El niño, como cualquier otra persona, tiene sus propios gustos, personalidad, deseos y aspiraciones y no
necesariamente son las que prefieren los padres. Ante esto hay que ser
tolerantes y no agredirlos para que sean como el adulto quiere. Los niños, sin
importar su edad, tienen dignidad propia como cualquier otra persona. Se debe establecer
con el niño una relación de madurez, respeto y tolerancia y sobre todo sin
agresión verbal o física. Así se romperá
el círculo de agresión que se heredó de los padres y que se hereda a los hijos.
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