domingo, 12 de enero de 2014

EL NIÑO AGREDIDO


8 de octubre de 2007


Por lo general nadie  enseña a los padres  a educar a los hijos. No hay escuelas para aprender a ser padres. Desde luego hay cursos de cuidado del niño y quizá algunos seminarios sobre como educarlos, pero en general cuando se entrega al recién nacido, prácticamente nadie le ha enseñado a los padres que hacer con ellos.  Por otra parte dicen los expertos que  la formación del carácter, inteligencia y prácticamente la mayor parte de los conocimientos se adquieren antes de los cinco años. Entonces,  ¿de donde salen esas formas que se usan para educar a los niños en casa en la etapa más importante del desarrollo del ser humano? Surge de lo que se aprendió de los propios padres,  replicando conductas y actitudes que les fueron inculcadas.

 Esto podría parecer razonable. Después de todo, si se tuvo padres normales, ellos  quisieron y desearon siempre lo mejor para sus hijos por lo que sería  muy probable que lo que hicieron fue bueno.  Sin embargo ya  Freud, descubrió  que no todo funciona bien en la niñez. Su descubrimiento del inconsciente nos revela que las personas  atraviesan  por procesos muy dolorosos en la relación con sus padres y otras personas con las que se interrelacionan en la niñez. Que algunos de estos sentimientos dolorosos son reprimidos y guardados en el inconsciente y que luego salen a la luz para ocasionar  comportamientos que en los casos graves llevan a algún tipo de locura y en los mejores casos,  a neurosis.

Mas recientemente la psicoanalista suiza Alice Miller,  a  través de varios libros publicados, ha ido mostrando una realidad mas dura: la educación que dan los  padres está orientada a acabar con la voluntad del niño e imponer la propia.  Dice  Miller: “El que alguien trate mal  a  sus hijos no depende tanto de su carácter o temperamento como del hecho de que él mismo recibió malos tratos en su infancia y no le permitieron defenderse. Hay muchísimas personas que....  son cariñosas, tiernas y muy sensibles y sin embargo, infligen diariamente a sus hijos una serie de crueldades que llaman educación.” Luego continúa,  “quienquiera que haya sido padre o madre, y no quiera engañarse a si mismo, sabrá por experiencia propia lo difícil que es tolerar algunas facetas de su hijo”   por lo que se desarrolla una lucha contra el niño para quitarle esas características “desagradables” que no gustan al adulto.

 Dice también que “en los primeros dos años se pueden hacer infinidad de cosas con un niño: doblegarlo, disponer de él, enseñarle buenos hábitos, propinarle palizas y castigarlo- sin que al educador le ocurra nada, sin que el niño se vengue…. Pero si no consigue reaccionar a su manera, porque los padres no pueden soportar sus reacciones (los gritos, la tristeza, la rabia) y se las prohíben mediante miradas y otras medidas formativas, el niño aprenderá a enmudecer”;  y ello  “con el tiempo puede causar graves trastornos psicológicos pues las neurosis no se originan en hechos reales sino en la necesidad de reprimirlos”. Todo esto ocurre en un ambiente donde la agresión de los padres hacia el niño se realiza “por su propio bien” y en donde el niño no tiene posibilidad de defenderse de sus padres porque depende totalmente de ellos, especialmente en sus primeros años de vida, en donde los necesita no solo para la supervivencia física sino también para la supervivencia afectiva pues el niño requiere de mucho apoyo y seguridad para crecer sanamente.

Alice Miller ha documentado muchos casos acerca de  la crueldad de la educación tradicional hacia el  niño. Habla por ejemplo de cómo Hitler fue maltratado por su padre cuando era niño y  de cómo todo el odio acumulado salió después con consecuencias terribles para la humanidad. La educación tradicional privilegia la obediencia por encima de la espontaneidad del niño. Intenta acabar con su vitalidad para adaptarlo a las necesidades del adulto y todo esto se logra además  interiorizando en los niños el no darse cuenta de lo que hacen los papás o educadores con ellos.

Hablando de uno de sus pacientes, Miller menciona que  esta persona fue castigada por haber hecho algo que no le gustó al padre; la persona  no recordaba aquél hecho que le hacía merecedor del castigo pero sí recordaba el castigo y lo mal que se había sentido. Desde luego el padre lo había castigado para que no volviera a hacer aquello que estaba “mal” pero realmente  lo que perduró en su recuerdo fue  la agresión, no el comportamiento  que se pretendió corregir.

También el adulto en muchas ocasiones actúa en función de sus propios miedos, deseos o frustraciones. El niño, por su incapacidad para defenderse, se vuelve entonces en una víctima fácil para los padres o educadores. Un padre, por ejemplo, puede tener un miedo excesivo a la suciedad y entonces querrá que el niño siempre ande impecable, evitándole los juegos propios de su edad que seguramente lo pondrían en contacto con tierra y lodo. Es  frecuente que los padres intenten que sus hijos hagan lo que ellos fueron incapaces de hacer,  sin ver si es algo que genuinamente desee el niño o siquiera tenga habilidad para ello. Por ejemplo, someten a los niños desde muy pequeños a disciplinas exageradas, como tocar un instrumento por muchas horas, o  realizar un deporte  que no les deja tiempo a los niños para hacer otras cosas. Así cuando crecen  y ya tienen la fuerza para enfrentarse a los padres, abandonan todo, habiendo perdido una parte importante de su infancia y probablemente con  un daño psicológico.

Normalmente se supone que los padres saben lo que es bueno para los niños. Pero ese saber es aprendido de lo que los propios padres decidieron que era bueno para ellos. El niño, como cualquier otra persona,  tiene sus propios gustos,  personalidad, deseos y aspiraciones y no necesariamente son las que prefieren los padres. Ante esto hay que ser tolerantes y no agredirlos para que sean como el adulto quiere. Los niños, sin importar su edad, tienen dignidad propia como cualquier otra persona. Se debe establecer con el niño una relación de madurez,  respeto y tolerancia y sobre todo sin agresión  verbal o física. Así se romperá el círculo de agresión que se heredó de los padres y que se hereda a los hijos.



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